[Sábado, 12.35 am]
Los técnicos de Pionia, sin llamar mucho la atención, empiezan a conectar los equipos en tarima. La chica me ha paseado desde Artaud del flaco Spinetta hasta algunos temas de Sumo que yo desconocía y me ha confesado, ya entrada en copas, que Alfonso es un pretendido Luca Prodan venezolano y por eso les han permitido tocar en una noche dedicada al rock argentino. Dice que tendrá éxito en la medida que lo permita la chequera de su padre. A la hermana de Alfonso, dice con cierta ojeriza, le ha costeado los estudios de diseño de modas en Barcelona, y comprendo que ignora la relación que tuve con Patricia.
Sin que lo espere me propone, algo risueña y quizá sin pensarlo mucho, que pase la noche en su apartamento, que está a cuatro calles de Discovery, y oigamos en la terraza la discografía completa de Sui Generis. Se levanta para ir al baño a retocarse y contra la canción que suena de fondo canta otra, «Instituciones»:
Yo miro por el día que vendrá,
hermoso como un sol en la ciudad,
y si me escuchas bien,
creo que entenderás.
Porque yo esperé en vano
que me dieras tu mano.
De mis huesos la humanidad
debes salvar.
Por momentos me siento complacido y el plan que hace rato le narré se desmorona. Tal vez este nunca tuvo sentido. Es medianoche y repica una vez más el celular y entonces lo apago. Me importa poco el edificio ahora. Enfoque, planes, encarrilar otra vez mi vida quizá sea lo que necesite. Porque no siempre estuve en este caos. O quizá hubo momentos en los que el caos fue menor o todo se hacía más fácil de sobrellevar.